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Desamparadas, las familias de las víctimas de la violencia en Río abandonan casa y trabajo
09/01/2018 - 17h21
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LUIZA FRANCO
DE RÍO
El día que su hijo murió de un tiro durante una operación policial en el Complexo da Maré, Dilma Galdino, de 39 años, montó y le prendió fuego a una barricada en la avenida Brasil.
En los meses siguientes, participó de manifestaciones contra la violencia policial y dio entrevistas frente al Instituto Médico Legal (IML), donde pasó más de cinco horas esperando el cuerpo de su hijo, Davison Lucas, de 14 años.
La mujer hizo su luto público, que ya pasó, y realiza otro en privado, que todavía no se termina.
Cuando una muerte violenta irrumpe en una familia, todo cambia: el día a día, las personalidades, las relaciones cotidianas, la situación financiera e incluso el lugar donde vive esa familia afectada.
Muchas cosas son diferentes hoy en la casa de los Galdino. Antes, Dilma llegaba del trabajo y encontraba el living ordenado y los platos lavados por su hija, Larissa, de 13 años.
Ahora, los platos están siempre sucios y Larissa pasa la mayor parte del tiempo en su cuarto. Dilma se mudó y dejó su trabajo. Ahora la familia vive del sueldo de su marido.
"Nada va a traer a mi hijo de vuelta, pero mi misión es encontrar un culpable", dice. El caso ya tiene un año y, de acuerdo con la policía, sigue bajo investigación.
IMPACTO
La violencia deja víctimas directas e indirectas. Las consecuencias para parientes y amigos pueden verse en el impacto sobre la salud física y mental, en las relaciones sociales, y generar problemas financieros.
"Es un vía crucis. Vivir una experiencia de este tipo, con un gran potencial traumático, tiene un impacto muy relevante sobre la salud. Existe la creencia de que si alguien murió asesinado, es porque hizo algo malo. Así, la muerte no es valorizada", dice Daniella Harth, psicóloga del instituto Fiocruz, que estudia el tema.
Traducido por NATALIA FABENI