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Opinión: Muere Antonio Ermírio de Moraes, uno de los empresarios más importantes de Brasil

26/08/2014 - 13h44

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JORGE CALDEIRA
ESPECIAL PARA FOLHA

Antônio Ermírio de Moraes, empresario brasileño fallecido el domingo (24) a los 86 años de una insuficiencia cardíaca, dejó una herencia que merece ser recordada.

Fue uno de los empresarios brasileños más importantes y trabajó toda su vida en la empresa familiar, realizando grandes obras.

La más grande sea tal vez la Compañía Brasileña de Aluminio. Recibió la dirección de la empresa de parte de su padre cuando volvió de Estados Unidos, en donde se graduó como ingeniero metalúrgico, en 1949.

Tuvo que superar condiciones adversas, entre ellas un boicot internacional, que le impedía a la compañía acceder a la última tecnología (el mercado del aluminio estaba muy controlado por algunas empresas que se oponían al desarrollo de la industria por parte de los brasileños).

El empresario tenía también poco capital a su disposición y tuvo que usar recursos de otras dos compañías de la familia para salir adelante.

La única ventaja con la que contaba era la posibilidad de aprovechar la energía eléctrica del río Juquiá, aunque era algo difícil porque no existían mapas del terreno. Pero no se dio por vencido: fue hacia el lugar montado en una mula junto a un grupo de topógrafos para abrirse camino en medio de la vegetación.

Los asuntos de recursos humanos los solucionó transformando a los oficinistas en técnicos y a los analfabetos en oficinistas.

Sacó tecnología de dónde pudo (en este caso, de la Italia de la posguerra) y construyó una fábrica. Una vez que comenzó a funcionar, se dio cuenta de que no era viable, entonces la tiró abajo y la construyó nuevamente.

Al final, su ecuación era la acertada: el modelo mundial de construcción de aluminio es hoy el de ubicar las empresas al lado de las fuentes de energía, y la fábrica de Votorantim sigue siendo una de las más productivas del mundo.

Con un poco más de capital, repitió el proceso y creó una usina de níquel, seguida por una de acero y otros metales, con eso logro transformar la empresa de la familia en una de las más productivas del mundo.

Semanalmente, el empresario separaba sus horas de trabajo entre las 40 que dedicaba a la empresa y otras 12 de trabajo voluntario para el hospital Beneficencia Portuguesa, cuya historia me contactó para escribir.

Distinguía los horarios con mucha claridad. Las reuniones de trabajo voluntario precedían las de la actividad empresarial. Como comenzaba su jornada en Votorantim a las 6.30, marcaba las reuniones sobre el hospital a las 5.45, puntualmente.

Vivía una vida austera. El poco tiempo restante lo pasaba en su casa, junto a su mujer, doña Regina, y sus nueve hijos. Nunca ostentó; usaba su traje de casamiento cinco décadas después, manejaba su propio auto y nunca retiró dinero de la empresa para su propio beneficio.

Trataba a todos por igual, desde el más pobre hasta el presidente de la República. Trabajaba cada día soñando con un país mejor.

JORGE CALDEIRA, 58, es escritor y editor, autor de "Mauá, Empresario del Imperio" (Companhia das Letras) e "Historia de Brasil con Emprendedores" (Mameluco).

Traducido por NATALIA FABENI

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