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Opinión: Asesinatos públicos

27/08/2014 - 13h51

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JULIA SWEIG
COLUMNISTA DE FOLHA

Asesinatos públicos cometidos por terroristas islámicos, motines en cárceles brasileñas y el accionar de la policía local de Missouri nos imponen algunas preguntas que hacen que se nos retuerza el estómago.

Los críticos van a considerar ridículo agrupar a Siria junto a Ferguson y Cascavel.

Las decapitaciones, que ya dejaron de ser un método de ejecución propio de la Edad Media o de fundamentalistas, buscan esparcir el terror, a no ser, claro, que la audiencia target esté insensibilizada ante tales hechos de violencia.

En las dos últimas semanas, el mundo entero vio a los padres de Michael Brown y James Foley llorar por sus hijos.

La cobertura que los medios brasileños hicieron de Ferguson, St. Louis, del gobernador, de la policía del estado de Missouri y de sus torpezas para lidiar con las protestas incluyó, correctamente, análisis de las divisiones de raza y de clase en Estados Unidos, la militarización de la policía y la justicia parcializada del sistema legal norteamericano.

Una revisión no científica de los medios de comunicación social brasileños revela un interés, aunque con un toque de "Schadenfreude" (en alemán, deleite con el sufrimiento ajeno) por las cuestiones que todavía no fueron resueltas por el movimiento americano de los derechos civiles.

Pero también detecto un poco de negación. ¿Dónde está la indignación pública en Brasil por los incidentes de violencia carcelaria ocurrida este año que ya dejaron varios presos decapitados?

¿Por qué los grupos de derechos humanos como Conectas, Human Rights Watch o el proyecto de la Universidad Cándido Mendes son voces tan aisladas cuando hablan de las condiciones en las prisiones y de las distinciones de raza y clase en el sistema brasileño de justicia criminal?

La indiferencia ante las decapitaciones parece condecirse con la aparente tolerancia al maltrato persistente y desproporcionado del brasileño negro y/o pobre por parte de la policía militarizada.

En las manifestaciones del año pasado, cuando periodistas de piel blanca fueron víctimas de los excesos de la policía, el volumen y la intensidad del ultraje manifestado por el público, los medios y las autoridades se volvieron virales. Hoy, el silencio es ensordecedor.

En contraste, la decapitación del fotoperiodista norteamericano James Foley a manos del Estado Islámico es una tragedia que impone un cambio potencialmente importante en la estrategia de seguridad nacional.

Una de las víctimas de las decapitaciones en Cascavel era un violador, no un intrépido fotoperiodista. Pero la esencia de una sociedad regida por leyes es que la identidad de la víctima no debe cambiar la reacción del sistema legal o las condiciones del encarcelamiento.

Como Cascavel, Rikers Island, en Nueva York -una prisión con un número de empleados insuficiente y que, de acuerdo con lo revelado, impuso a los detenidos lo que sólo puede ser descripto como tortura- se destaca también como ejemplo de esa injusticia.

Estados Unidos y Brasil tienen, respectivamente, la tercera y cuarta población carcelaria más grandes del mundo. Hace algunos años, Brasilia y Washington lanzaron un "plan de acción conjunta para la igualdad racial y étnica".

¿Qué tal ahora lanzar un plan para tratar el "perfil racial" (selección basada en criterios raciales o étnicos), las condiciones de las prisiones y la militarización de la policía?

Traducido por NATALIA FABENI

Lea el artículo original

Reuters
Un militante enmascarado del Estado Islámico habla con un cuchillo en la mano cerca del periodista norteamericano James Foley
Un militante enmascarado del Estado Islámico habla con un cuchillo en la mano cerca del periodista norteamericano James Foley

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