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Publicado en 11/04/2016

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Elecciones latinoamericanas: viviendo peligrosamente en 2018

20/02/2018 - 12h47

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JOHN PAUL RATHBONE
"FINANCIAL TIMES"

Si el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, recientemente tomó un desvío kafkiano a través del Tribunal Federal de Brasil TF4. Allí, el 24 de enero, un panel de tres jueces ratificó la condena del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva por cargos de corrupción.

La decisión, la más reciente derivada de la enorme investigación anticorrupción en Brasil que ha repercutido en toda América Latina y ha manchado a los líderes desde Argentina hasta México, abrió el campo para las elecciones presidenciales de Brasil. A pesar de presidir un gobierno de dos mandatos que incluso uno de sus ministros describió como el más corrupto de la historia de Brasil, el ex jefe del Partido de los Trabajadores (PT) es el principal candidato para ganar las elecciones de octubre.

Pero la decisión del tribunal podría impedir efectivamente que el ícono izquierdista se postule. Como Lula da Silva dice que hará campaña de todos modos, el resultado es caótico. "Lula es nuestro candidato. . . No hay Plan B", prometió Gleisi Hoffmann, actual jefa del PT.

Otros dramas igualmente emocionantes se desarrollarán en América Latina este año. En una alineación notable de calendarios electorales, seis países -incluyendo los más poblados, Brasil, México y Colombia, más el régimen socialista de Venezuela- celebrarán elecciones presidenciales.

Sin embargo, lejos de ser celebraciones de la democracia, las elecciones serán la prueba más grande de la fortaleza democrática de la región desde las transiciones de las dictaduras en la década de 1980.

Las elecciones se celebran en un momento de furia popular suscitada por las investigaciones sobre corrupción. Estas investigaciones han llevado ante la justicia a personajes previamente intocables. Tan solo en Brasil, el actual presidente, Michel Temer, cuatro ex presidentes y 100 políticos federales están en la cárcel o bajo investigación.

Pero las revelaciones de escándalos financieros también han enfurecido a los ciudadanos, han debilitado su fe en las instituciones y han desestabilizado sistemas políticos completos, sin brindar soluciones sobre cómo enmendar la situación. Si las campañas presidenciales de 2016 reformaron la política estadounidense, en 2018 podría suceder lo mismo en América Latina.

Los populistas, aprovechando la ira popular, acechan la región. En Colombia, donde la corrupción es una preocupación de primer orden, los escándalos han inquietado a los votantes que ya estaban nerviosos después de un acuerdo de paz con los rebeldes marxistas el año pasado.

Dos ex líderes guerrilleros incluso se postularán para la presidencia en junio, algo sin precedentes para un país que ha pasado 50 años combatiéndolos. El caos hiperinflacionario en la vecina Venezuela aumenta el nerviosismo.

El siguiente en el calendario es México, donde el inconformista de izquierda Andrés Manuel López Obrador, un nacionalista que quiere erradicar la corrupción pero que cree que Fidel Castro es un héroe, encabeza las encuestas antes de las elecciones de julio.

Y para agravar la incertidumbre tenemos al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien amenaza con construir un muro y ponerle fin al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. "México enfrenta una tormenta perfecta", dice Jorge Castañeda, un ex ministro de Relaciones Exteriores.

En cuanto a Brasil, está Jair Bolsonaro, un congresista de derecha y ex capitán del ejército quien cree que la propiedad de armas de fuego debería ser generalizada y que los niños homosexuales se pueden 'curar' a golpes. Haciendo su campaña como el "anti-Lula", marcha en segundo lugar en las encuestas.

"Hay un vacío de esperanza. . . una sensación de infelicidad", se lamenta Fernando Henrique Cardoso, el ex presidente. "Es un desastre".

Para finales de año, dos de cada tres latinoamericanos -de países que producen US$4 billones de producción económica- tendrán nuevos presidentes. Costa Rica y Paraguay tienen elecciones. Venezuela, en impago de unos US$60 mil millones en bonos internacionales, celebrará lo que promete ser una elección falsa, programada para el 22 de abril.

Estados Unidos, gran parte de América Latina y Europa dicen que no reconocerán el resultado. Incluso Cuba comunista tendrá un nuevo presidente cuando Raúl Castro renuncie el 19 de abril, la primera vez en 60 años en que un Castro no ha ocupado el cargo.

Hay paralelos con el reordenamiento político en los países desarrollados. Los partidos tradicionales se están desintegrando, las personas ajenas a la política están forzando el cambio y la ira popular amenaza con reescribir el orden constitucional.

Según Latinobarómetro, una encuestadora, sólo 53 por ciento de los latinoamericanos creen que la democracia es el mejor sistema de gobierno. Sólo uno de cada siete confía en sus conciudadanos. Éstas son las lecturas más bajas en más de una década.

Semejante inquietud ocurre en democracias importantes como Brasil o Colombia; es dos veces mayor en Cuba y Venezuela, que tienen gobiernos autoritarios.

Incluso antes de la sacudida global de hace dos semanas, los mercados han estado volátiles. "El riesgo político es clave", dice Fitch, la agencia de calificación.

"Hay grandes riesgos económicos y políticos para América Latina en 2018", agrega Marcos Buscaglia de Alberdi Partners, una boutique de inversión.

Sin embargo, a pesar de la hiperventilación política y la cobertura de las apuestas por parte de los inversionistas, en los últimos dos años se ha visto un cambio en América Latina. Esta región que casi definió el populismo ha estado rechazando su canto de sirena, incluso en momentos en que Estados Unidos y Europa parecieron abrazarla.

Después de una década de gobiernos izquierdistas a menudo corruptos, los centristas más pragmáticos llegaron al poder en Brasil, Argentina, Chile y Perú. Con la ayuda de políticas más ortodoxas, las economías sudamericanas, golpeadas por el final del auge de los precios de los productos básicos, comenzaron a recuperarse de largas recesiones.

Los mercados se entusiasmaron. Entre finales de 2015 y 2017, el índice MSCI de acciones latinoamericanas aumentó en más de un 50 por ciento.

Desde entonces, sin embargo, los ánimos se han agriado. El epicentro de la tristeza radica en la investigación anticorrupción de Brasil, llamada Lava Jato, sobre sobornos en la petrolera estatal Petrobras. Impulsada por la presión de la sociedad civil y encabezada por un poder judicial independiente -a diferencia de las purgas impulsadas por motivos políticos en China, Rusia o Arabia Saudita- Lava Jato es probablemente la investigación de corrupción más grande de América Latina.

También mostró que el enfoque consensuado o "arco iris" de Brasil hacia la política y la diplomacia, tantas veces promocionado por Lula da Silva, estaba comprado.

Lava Jato generó otras investigaciones, particularmente de Odebrecht. Odebrecht, una compañía constructora brasileña con proyectos multimillonarios en América Latina y África, administraba lo que el departamento de justicia de Estados Unidos calificó como el mayor esquema de sobornos extranjero del mundo.

Desde entonces, se han presentado cargos de corrupción contra los ex presidentes de Argentina y Panamá; dos ex presidentes de Perú y el actual presidente; el ex vicepresidente de Ecuador; y ambas partes en la última campaña electoral de Colombia.

Una excepción notable en este notable pase de lista es México, y no porque el gobernante Partido Revolucionario Institucional sea intachable, sino porque el presidente Enrique Peña Nieto ha realizado sólo esfuerzos simbólicos para combatir la corrupción.

En diciembre, la Cámara de Diputados votó para hacer ilegal que los ciudadanos publiquen acusaciones de corrupción en línea si las acusaciones pueden dañar la credibilidad del objetivo, incluso si las acusaciones resultan ser ciertas.

Purgar la corrupción -la promesa formulada por la investigación brasileña y otras investigaciones- sería un beneficio innegable para América Latina.

La corrupción y la captura del estado van de la mano con la delincuencia violenta y, en una región con las tasas de homicidios más altas del mundo, ese flagelo cuesta alrededor del 3 por ciento del producto interno bruto, lo cual es equivalente a US$236 mil millones al año, según estimados del Banco Interamericano de Desarrollo. Pero la purga anticorrupción también ha tenido un alto costo.

Los escándalos congelaron la inversión, retrasaron la recuperación económica, destruyeron el orden político tradicional y polarizaron a los votantes que ya estaban furiosos por la recesión y cerraron los servicios públicos.

"Es como si la región tratara de hacer perestroika y glasnost al mismo tiempo", dice un alto diplomático europeo, refiriéndose a la Unión Soviética de la década de 1980. "Ya sabemos lo bien que resultó eso".

Las redes sociales han avivado el descontento. América Latina, según la consultoría de medios ComScore, pasa proporcionalmente más tiempo de Internet en las redes sociales que cualquier otra región. Desde el exterior, los grupos de solidaridad internacional se han movilizado mediante Internet para apoyar a los izquierdistas asediados, como Lula da Silva.

También hay preocupaciones, especialmente en Estados Unidos, de que Rusia pueda provocar problemas después de su presunta interferencia en las elecciones presidenciales estadounidenses y el voto de independencia de Cataluña.

"Si Rusia realmente quiere dañar a Estados Unidos y debilitar el orden mundial occidental, las elecciones en México ofrecen un objetivo gratificante y vulnerable", dice Shannon O'Neil, del Consejo de Relaciones Exteriores, un grupo de estudio estadounidense.

"Ningún otro país influye en Estados Unidos tanto como su vecino del sur y la inteligencia rusa tiene una larga historia en la nación azteca desde la guerra fría".

Para fines de 2018, la región sabrá si su campaña anticorrupción es una señal de que sus democracias se están fortaleciendo o si les han asestado un golpe fatal. La historia ofrece un triste consuelo.

El "mani pulite" de Italia, o movimiento de "manos limpias" de la década de 1990, inspiró a los jueces y fiscales brasileños. Pero, aunque ayudó a limpiar el gobierno italiano, también llevó al ascenso del archipopulista Silvio Berlusconi.

Las primeras señales son inquietantes. En Honduras, en medio de acusaciones de que altos funcionarios tienen vínculos con el narcotráfico, el ex presidente Juan Orlando Hernández fue restituido el mes pasado para un segundo mandato después de unas elecciones muy disputadas que provocaron disturbios y dejaron más de 30 muertos.

Pero también es demasiado pronto para saber qué podría suceder en otros países. A juzgar por los mercados, los cuales buscan ponerles precio a las tendencias futuras, también puede que no salga todo mal. Después de fuertes caídas del año pasado, las bolsas de valores de América Latina han salido adelante, ayudadas por un repunte más amplio en los mercados emergentes, mientras que las monedas se han recuperado.

También hasta ahora, su respuesta a la liquidación global ha sido moderada, lo cual refleja la creencia de que es más un resultado de las valoraciones estadounidenses estiradas que de la desaceleración económica mundial.

En Brasil, pueden surgir candidatos más moderados a medida que se desvanezcan las figuras polarizadoras de Lula da Silva y Bolsonaro. En el tercer lugar de las encuestas se encuentra Marina Silva, una ambientalista en su tercera contienda presidencial.

Otros incluyen a Geraldo Alckmin, el gobernador de centroderecha del estado de São Paulo, y Jaques Wagner, un ex gobernador de izquierda de Bahía.

En México, las empresas han buscado consuelo en el historial de López Obrador como alcalde de la Ciudad de México, donde contrató al ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani para ayudar a erradicar el crimen y a Carlos Slim, el magnate de las telecomunicaciones, para reconstruir el centro de la ciudad.

Al mismo tiempo, el candidato de centroderecha Ricardo Anaya Cortés le pisa los talones en las encuestas, y Trump ha suavizado su retórica sobre el TLCAN.

Mientras tanto, Colombia puede girar a la izquierda, pero con Venezuela como vecina, es poco probable que elija a un extremista.

Las encuestas siguen siendo poco confiables, pues aún no han sido declarados los candidatos finales, pero cerca de la cima de todas las encuestas está Sergio Fajardo, un ex alcalde de Medellín de centroizquierda, quien sería considerado un socialdemócrata sensato en cualquier otro lugar.

La visión optimista es que el maratón de elecciones de este año profundice la democracia en América Latina, permitiendo que continúe la promesa de la escisión de la corrupción encabezada por Brasil. La respuesta pesimista es que esta cirugía, aunque es necesaria, puede matar al paciente.

"Me inclino a pensar que la campaña anticorrupción muestra las fortalezas democráticas de la región", dice Alejandro Salas, director regional de la organización de vigilancia de la corrupción Transparencia Internacional. Este año se pondrá a prueba esa teoría.

Copyright The Financial Times Limited 2018

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