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Patrias y botines de fútbol
01/11/2013 - 13h13
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A los 25 años, el brasileño Diego Costa, atacante del Atlético de Madrid y uno de los jugadores más destacados del campeonato español, tomó una gran decisión. Tenía que elegir entre el país en el que nació y el que "le dio todo", incluso la ciudadanía. Escogió el segundo, en donde se siente valorizado por lo que hace día tras día.
Es comprensible que su elección haya dejado descontentos a numerosos hinchas brasileños e irritado a la cúpula del fútbol nacional, pero decir que el jugador es un traidor a la patria va mucho más allá de lo razonable.
La situación está lejos de ser nueva. El mismo técnico, Luiz Felipe Scolari, hoy crítico de Diego Costa, entrenó al equipo de Portugal después de conquistar el Mundial de 2002 con Brasil. Su colega Carlos Alberto Parreira estuvo al frente de cuatro selecciones extranjeras.
Incluso antes de la globalización del deporte se registraron casos similares. A mediados del siglo pasado, el argentino Alfredo Di Stéfano y el húngaro Ferenc Puskás jugaron con sus equipos y también con España. El brasileño José João Altafini, conocido como Mazzola, que en el Mundial de 1958 le cedió su puesto al entonces joven Pelé, fue transferido para el fútbol italiano y disputó la siguiente Copa del Mundo representando a la "Squadra Azzurra".
La salida de las estrellas del fútbol brasileño con destino a Europa se volvió una epidemia recién en las últimas décadas. El poder de atracción de los clubes europeos promovió un fenómeno nunca antes visto de búsqueda de oportunidades en el fútbol extranjero. Esto se dio no solo entre atletas consagrados, sino también jóvenes promesas del fútbol pasaron a ser blanco del asedio por su gran potencial.
La opción de Costa se inscribe en un contexto de fronteras menos rígidas para los profesionales ligados a un sinnúmero de actividades. Es habitual que deportistas adopten otras nacionalidades y esto es algo que no sucede solamente en el mundo del fútbol: el tenista Fernando Meligeni, nacido en la Argentina, eligió representar a Brasil.
Seguramente habrá mucho para debatir en lo referente a la diseminación de esta práctica. ¿Pero deberíamos condenar estas actitudes individuales?
Es conocido el trasfondo xenófobo del fútbol, y de todos los deportes. Por más de que se enaltezca el espíritu fraternal de las disputas internacionales, éstas muchas veces son vistas como -o llegan a ser- prolongamientos de la política y de la guerra.
Numerosos conflictos ya fueron fomentados por competencias deportivas y prestaron servicios lamentables al nacionalismo sectario. No es el momento, en absoluto, de reforzar esos aspectos.
Traducido por NATALIA FABENI