En serie con autores latinos, Maximiliano Barrientos escribe sobre una Bolivia dividida

País enfrenta los reflejos de una elección cuestionada y de la renuncia del presidente

Maximiliano Barrientos
Bolívia

El día de las elecciones fue tranquilo. La gente hacía colas y pasaba a las aulas con la papeleta. Los encargados de mesa te daban un bolígrafo y te decían que si no confiabas, podías usar cualquier otro que hubieras llevado. Corrió el rumor de una tinta alterada que se borraría y daría como resultado el voto nulo. 

Cuando se hizo la noche, y contra todo pronóstico, los resultados preliminares auguraban el balotaje.

Entonces sucedió la segunda gran irregularidad en el mandato de Evo Morales, si podemos considerar el desacato del referéndum como la primera: suspendió el conteo y no hubo una cobertura mediática. El malestar y la sensación del fraude se intensificó y en Santa Cruz aconteció el paro cívico más largo de su historia, duró tres semanas, ocasionó una pérdida económica  aproximada de 20 millones de dólares diarios y posicionó a Luis Fernando Camacho, presidente del Comité Cívico, como un nuevo caudillo para el que no existe el concepto de estado laico, ya que en todos sus pronunciamientos, envalentonado por una retórica aguerrida y con ínfulas de una masculinidad más grande que la vida, prometió el regreso de la biblia al palacio presidencial.

En una ilustración hecha con acuarela: personas encima de un gran pez. Hay un vendedor de helados, un hombre en un banco de plaza, una mujer con verdura en su bolsa, una jovem andando de espaldas con un carrito de mercado. Varios pájaros vuelan alrededor de todos
Ilustração de Romanet Zárate: ilustradora boliviana, publicou “Constitución Política del Estado para Niños” e “Antología de Literatura Infantil y Juvenil de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia”, entre outros - Romanet Zárate

Los llamados días de desobediencia civil estuvieron marcados por una serie de consignas en las que salió a relucir, de forma abierta en algunos casos, el racismo y la intransigencia que durante buena parte de la gestión de Morales se trató de combatir con la ley antidiscriminación. El paro fue extremo, se prohibía la circulación vehicular y la apertura de negocios. Si se la puede calificar de una revuelta ciudadana, distó de ser una de carácter popular. Las ostentosas vagonetas de más de treinta mil dólares bloqueaban las calles mientras sus dueños jugaban a las cartas o al fútbol y hacían churrascos como si lo que sucediera fuera una prolongación del carnaval, la fiesta grande de los cruceños. 

Una conocida de nacionalidad argentina me contó que cuando pasaba por uno de los controles para dirigirse al centro de la ciudad a votar, ya que uno de esos fines de semana fue la elección presidencial en su país, le dijeron que no la iban a dejar pasar si no anunciaba por el megáfono que votaría por Macri y si no gritaba “Evo cabrón, Linera maricón”. 

A la segunda semana se les ocurrió hacer una cadena humana por el segundo anillo. Cuando pasábamos en bicicleta con mi esposa, un hombre le pidió que bajara y se les uniera, ya que como iban a sacar una foto, precisaban de gente como ella. Textualmente esto es lo que dijo: “Como vos sos choca, tendrías que salir en la foto”. El término hace referencia al color de la piel, mi esposa desciende de italianos y les pareció que sería ideal que fuera parte de la imagen que querían mostrar al mundo. Esa era la Santa Cruz que los representaba. 

Una colega en la universidad donde trabajo comparó la situación con el experimento de la cárcel de Stanford, donde se le concedió ciertos poderes a civiles y esto dio cabida al autoritarismo y a los abusos. Un paro cívico, para estar legitimado, debería ser opcional, nadie debería obligarte a no trabajar. En el de Santa Cruz se actuó por mandato y amedrentamiento. En esos días, ser cruceño implicaba defender los intereses de sectores muy específicos, si no estabas bloqueando en la esquina de tu casa, eras un masista. Imperó el estado de vigilancia y control y sospecha.  Ese grado extremo de polarización, alentado por el fervor regionalista, marcó el tono de los discursos. 

Dos fueron las consignas más sonadas: se luchaba para que Bolivia no se convirtiera en Venezuela y para ‘liberarnos’. Nadie hacía referencia a que en Chile había protestas diarias que dejaban un reguero de muerte y destrucción, y que esa era una crisis ocasionada por los estragos de un sistema neoliberal sin control que acá se lo romantizaba. 

Es difícil entender en qué consistía la segunda de esas consignas, el pedido de ‘liberación’, ya que en los últimos catorce años vivimos una bonanza económica. Algunos datos que abarcan de 2006 hasta 2018: la tasa de analfabetismo era de  13% y se redujo a 2.4%. La desocupación era de 9.2% y pasó a 4.1%. La pobreza moderada descendió del 60.6% a 34.6%. La pobreza extrema del 38.2% al 15.2%. El PIB de Bolivia antes era de 10.092 MM de $ y alcanzó 35.524 MM de $. El PIB per cápita pasó de 1.086 $ a 3.305.5 $. El salario mínimo aumentó de 62 dólares mensuales a 300. 

El crecimiento de la ciudad nunca fue tan incendiario. Hace quince años sólo había dos edificios que superaban el décimo piso. Ahora salís al balcón de tu departamento y ves el ‘skyline’ imponiéndose en la llanura grigotana. Las franquicias como Starbucks, KFC, Friday´s y una media docena de otras aparecieron en la ciudad en los últimos años, porque si hablamos con honestidad, el gobierno de Morales tuvo algunas políticas de izquierda pero su pulsión fue liberal, y en ese sentido las corporaciones prosperaron más que en cualquiera de los gobiernos de Sánchez de Lozada y de Hugo Banzer. La gran crisis de los incendios en la Chiquitania se debió a la sed capitalista. A nadie se le tocó la propiedad privada, unos de los tabús que inquietaba el sueño de la gente desde que Venezuela apareció como la gran distopía latinoamericana. 

Ese pedido de ‘liberación’ en un periodo de abundancia me lleva a pensar en lo duro que debió ser para buena parte de la clase media y alta ser liderados por un indio, a pesar de los beneficios que esto les ocasionó. La crisis, más que monetaria, fue del orden de la representación simbólica. El concepto de ideología manejado por el filósofo marxista Louis Althusser quizás me ayude a explicar lo que sucede en Santa Cruz. Para este teórico francés la ideología alude no tanto a las creencias sino a las relaciones inconscientes y afectivas con el mundo, a los modos pre-reflexivos con los que vivimos determinadas situaciones sociales. A mi entender, eso sería lo que mejor explicaría ese pedido de ‘liberación’ que fue un lugar común en las consignas durante los días de ‘desobediencia civil’ y que, en muchos casos, no iba acorde con los intereses de las distintas clases que se reunían en los pies de la estatua de El Cristo para escuchar los enardecidos discursos de Camacho y sentirse sólidos y fuertes y hermanados en la lucha.

El tejido social boliviano está fracturado. Las relaciones personales, por un trasfondo ideológico, se resquebrajaron a un nivel que me cuesta pensar que pueda haber reconciliación. Algunos celebran la caída de Evo, otros la viven con luto, y esa incapacidad de encontrar un punto intermedio es lo que nos está destrozando. El MAS cometió una serie de gruesos errores que condicionaron la situación en la que nos encontramos, pero uno de sus principales aciertos fue el posicionamiento del ‘otro’ en el centro. El indio dejó de estar en la periferia. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué va a suceder con el imaginario que construimos en estos 14 años si ya se los empiece a catalogar como ‘hordas’ que invaden las calles? ¿Qué acontecerá con ese proyecto de interculturalidad con el que nació el Proceso de Cambio? Más allá de cuánto se haya desvirtuado, más allá de las justas críticas que merecía, el vacío que dejó es abrumador, destella irracionalidad y amargura y miedo, y la incertidumbre en la que nos sumió es agobiante. El nuestro, parafraseando el título de la novela de Jesús Urzagasti, se está convirtiendo en el país del silencio. 


Esta crónica es parte de una serie que incluye otros escritores latinoamericanos. Lee también el texto de la ecuatoriana Gabriela Alemán sobre las protestas que pararon su país, el de la colombiana Carolina Sanín sobre las manifestaciones contra Iván Duque y el de Alejandro Zambra sobre la convulsión social en Chile.

Nació en Santa Cruz de la Sierra en 1979 y ha publicado los libros de cuentos "Diario" y "Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer"