La minería ilegal en Mato Grosso cuestiona la capacidad de supervisar el sector

Hay docenas de minas a lo largo del río Peixoto de Azevedo y sus afluentes, y explotaciones de todos los tamaños

Hasta 1973, el río Peixoto de Azevedo, cerca de la frontera de Mato Grosso y Pará, estaba habitado por indios aislados del grupo étnico panará. Más de cuatro décadas después, el curso del agua ha perdido la protección del bosque y está rodeado de cientos de perforaciones y montículos de tierra abandonados por la minería de oro y explotaciones de pastos y soja.

Ni la creación de una reserva de extracción de oro por parte del gobierno federal en 1983, ni la introducción de licencias ambientales han impedido el escenario de tierra quemada y  la explotación ilegal.

Vista aérea de una explotación ilegal en la cuenca del río Peixoto de Azevedo. ( Foto: Lalo de Almeida/ Folhapress ) - Lalo de Almeida

Para los expertos y ambientalistas, la región pone en entredicho la capacidad del Estado para administrar y supervisar la actividad, al mismo tiempo que el gobierno de Jair Bolsonaro promete legalizarla dentro de las tierras indígenas.

"La minería ilegal, la incontrolada agricultura con pesticidas y, especialmente, la expansión de los cultivos secarán el río. Si no se cuida, en 20 años, el río estará muerto", dice el presidente de la asociación local de pescadores, Luiz Silva. .

Folha voló sobre el río Peixoto de Azevedo entre la desembocadura del río Teles Pires y el puente BR-163 cerca de las ciudades de Matupá y Peixoto de Azevedo. Parece una zona bombardeada debido a los agujeros y lomas de tierra y arena.

Hay docenas de minas a lo largo del río Peixoto de Azevedo y sus afluentes, y explotaciones de todos los tamaños.

El principal responsable de la inspección ambiental y la emisión de licencias es el Sema (Departamento de Medio Ambiente del Estado de Mato Grosso). El órgano segura que desconoce la cantidad de minas ilegales y reconoce que no hay un plan para la recuperación de la cuenca del Peixoto de Azevedo.

Traducido por AZAHARA MARTÍN ORTEGA

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