"Señoras y señores, el puterío va a comenzará".
El anuncio del MC de turno es la clave para que comiencen a sonar los primeros beats del funk que hará vibrar los cuerpos de los asistentes. Es cerca de una hora de la mañana y el baile en Caçapava, en el interior paulista, apenas está calentando.
Las primeras horas del baile están protagonizadas por la estrella de la noche: el Megatrón.
Un gigantesco paredón de casi cuatro metros de altura y tres de ancho compuesto por unos 110 altavoces, entre subs (frecuencias graves), cornetas (medias) y tuitas (agudas). Todos estos bafles llevan luces de LED parpadeantes, que van del amarillo al rosa chicle y del azul marino al verde-agua, dependiendo del ritmo de la música.
El resultado es una atmósfera entre el baile y el clásico infierno de los años 1980, pero alcanzando un volumen agresivamente alto, capaz de producir ondas que balancean la ropa.
La fuerza es tanta que quien no está acostumbrado, o no bebió lo suficiente como para estar anestesiado, necesita retroceder unas decenas de metros para evitar la sensación de tener los tímpanos perforados.
El Megatrón es el reflejo y la evolución de una escena que existe desde hace al menos cinco años y que viene cobrando fuerza en São Paulo.
Los paredones se extienden por fiestas de la capital y de la región metropolitana, sobre todo en bailes funk, ya sea en locales cerrados o en eventos callejeros sin autorización que terminan, en muchas ocasiones, en conflictos con la policía.
Traducido por AZAHARA MARTÍN ORTEGA