Familias comen lagartos y restos de animales para engañar al hambre

La sequía, la pandemia y la crisis dejan a los habitantes del interior de Rio Grande do Norte sin opciones de alimentos

"La última vez que comí carne fue hace más de un mes. Fue cuando ayudé a despellejar una vaca".

En Senador Elói de Souza, municipio de Rio Grande do Norte que declaró estado de calamidad pública por la sequía, Adailton Oliveira recuerda, conmovido, que el animal se estaba muriendo de hambre y tuvo que ser sacrificado por el dueño.

Los pedazos fueron repartidos. Adailton, de 52 años, dice que se quedó con "la mano", una de las patas delanteras. Junto a su esposa, Sebastiana, hizo que aquel pedazo durase 20 días en un fogón de leña improvisado.

Los alimentos de la familia están contados. Los 170 reales de Bolsa Família "no rinden nada", dice Adailton, y la ayuda de emergencia por la pandemia ya se ha agotado.

Este relato sobre el hambre en la región se suma a los de otros brasileños de otras zonas del país.

Este año, las imágenes de vecinos de Río peleando por huesos de buey y vendidos como productos en una carnicería de Santa Catarina se vieron en todos los medios de comunicación del país.

Y, en Fortaleza, los huesos de carne de primera y segunda categoría también se incluyen en la lista de artículos en algunas carnicerías, cuando antes eran apenas donados.

Traducido por AZAHARA MARTÍN ORTEGA

Lea el artículo original