El vendedor ambulante senegalés Mor Seck, de 36 años, dice que hizo una promesa cuando salió de Dakar, la capital del país africano. Se ganaría la vida fuera de casa, pero trabajando como carnicero, para seguir la tradición familiar.
Tras cinco años en Brasil, la promesa ya se ha quedado atrás. Seck trabaja a diario bajo un sol abrasador en las playas de Guarujá, en la costa de São Paulo, y aunque las ventas atraviesan su peor momento, reflejo de la pandemia de Covid-19, por ahora, no piensa regresar.
“Lo he intentado tantas veces [salir de la playa], pero no me dan la oportunidad. Mi esposa hace trenzas para ayudar, pero las ventas nunca han sido tan lentas. La gente aquí a menudo nos compra el almuerzo”, dice el vendedor ambulante.
En un verano marcado por la pandemia, los inmigrantes senegaleses trabajan como vendedores ambulantes ofreciendo artículos en playas como Asturias, Pitangueiras y Enseada.
Con mochilas a la espalda y las manos siempre ocupadas balanceando altavoces, ropa, sombreros y una variedad de objetos, prefieren quedarse en el país para poder ayudar a las familias que dejaron en Senegal.
“La vida allí es mucho peor, más difícil. Una vez regresamos, nos quedamos allí unos meses, pero decidimos volver a Brasil para volver a intentarlo ”, relata.
Traducido por AZAHARA MARTÍN ORTEGA