Cuenta la leyenda que la ex primera dama norteamericana Eleanor Roosevelt (1884-1962) al depararse con las cataratas de Foz de Iguaçu dijo: "My poor Niagara!", con pena de las famosas cascadas que separan Canadá y Estados Unidos por el Estado de Nueva York.

La verdad es que no se sabe a ciencia cierta si visitó Foz do Iguaçu -los registros del viaje a Brasil en 1944 solo hacen referencia al noreste--, pero no cabe duda la razón por la que la historia se mantiene viva hasta día de hoy: las cataratas brasileñas dejan a cualquiera con la boca abierta.

De media, 1,5 millones de litros de agua caen por segundo y el ronco de la garganta del Diablo, el salto de agua más famoso, es ensordecedor.
 

De octubre a marzo, el volumen llega a 8,5 millones de litros. El récord ha sido de 46 millones, en 2014. Aquel año era tanta la cantidad de agua que caía que las atracciones del parque tuvieron que ser cerradas por razones de seguridad.

Patrimonio natural de la Unesco desde 1986, Iguaçú es la única catarata que figura entre las siete maravillas naturales y atrae a su parque bien cuidado y con buena infraestructura a 5.000 visitantes cada día.

Hay muchas plantas y animales que pueden ser vistos: los más comunes son monos, quatis, tucanes y gavilanes, además de insectos y lagartos. El parque cuenta con 257 especies de mariposas, 18 de peces, 12 de anfibios y 45 de mamíferos, incluidos los jaguares pintados.

A pocos metros de la puerta de entrada, otras dos atracciones completan el tour: un vuelo en helicóptero y el Parque de las Aves, cuyo trabajo de conservación se preocupa de la preservación de 2.000 aves de 150 especies, de las que es posible llegar bastante cerca, siempre al lado de los guías, en recorridos didácticos y bien montados.

Este texto forma parte del especial de 50 años del suplemento de Turismo de Folha,