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2013, el año que todavía no terminó

27/12/2013 - 11h54

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LUIZ CARLOS MENDONÇA DE BARROS

Algunos años llegan a su fin dándole la sensación al analista de que no van a terminar el 31 de diciembre.

Tengo la impresión de que los principales acontecimientos que estamos viviendo -en el mundo y en Brasil- todavía no llegaron a su climax y que será preciso un tiempo más para que pasen definitivamente a formar parte de nuestra historia.

Por eso, los méritos acumulados por largos días no pueden ser trasladados a un año nuevo que nadie todavía conoce solo por una imposición burocrática.

Es lo que siento cuando escribo para el lector de Folha sobre los hechos más importantes de la economía mundial en 2013. Por ejemplo, nadie va a sacarle el mérito a 2013 de haber sido el momento en que la grave crisis financiera, generada en el vientre de Wall Street en 2007 y 2008, terminó y que la economía más grande del mundo retomó el camino del crecimiento económico, que es su vocación natural.

Muchos analistas todavía tienen dudas sobre esa recuperación, más allá de que en los últimos meses los datos económicos en Estados Unidos hayan hecho la tarea de los pesimistas mucho más difícil.

Cultivar el fracaso del capitalismo americano como un destino inevitable desapareció de la prensa mundial. No tengo dudas de que 2013 será un marco en la historia y, esta vez, no tendremos una Segunda Guerra Mundial para volver menos clara la victoria del pensamiento keynesiano en el combate a una depresión económica en formación.

En ese sentido, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, sale de la escena como el gran héroe de estos tiempos difíciles y sufridos.

En Brasil también tengo la impresión de que 2013 no terminará el día 31 y que vamos a vivir los primeros meses del año nuevo como si todavía estuviéramos en el año anterior.

El principal evento de este viejo año extendido es el cambio en el curso de algunos principios importantes de la política económica del gobierno de Dilma Rousseff.

Los dos ejemplos más recientes y sobresalientes de esos cambios son la construcción de una agenda más ambiciosa para las concesiones de rutas y el aumento del Impuesto sobre los Productos Industrializados (IPI) de los automóviles a fin de año.

Eso representa las dos caras de una misma moneda: de un lado, el reconocimiento de que no será por los estímulos fiscales -y de crédito también- al consumo que el gobierno va a acelerar el crecimiento económico; del otro, el reconocimiento tardío de que el gobierno tiene que reestablecer una política de buenas relaciones con los mercados, sea nacional o extranjero, para que la inversión pueda ser la gran fuerza, en los próximos años, para empujar el PIB.

Rehacer una alianza que funcionó de forma eficiente durante los años de Lula da Silva, después de más de dos años en que el sentimiento del gobierno en relación al sector privado llegó a su máxima tolerancia, no es una tarea difícil.

Lo que los liderazgos privados presentan como una agenda mínima, para anclar con más seguridad y confianza el futuro, es muy simple de ser acordado por el gobierno, porque son pocas las cuestiones más importantes.

No será necesario ajustar salarios y la disponibilidad al crédito como muchos temen, solo hay que reconocer que necesitamos de un freno en el "arreglo" de los gastos fiscales y estímulos al consumo.

Algunas de esas medidas ya están presentes en el día a día del gobierno. El cambio en la dirección de la política monetaria del Banco Central -expresada claramente en el último informe de inflación del año- y los términos de las condiciones de las últimas licitaciones de rutas son prueba de eso.

Pero todavía falta un ingrediente importante para consolidar una posición más constructiva del sector privado en relación al futuro: es la confianza en una política fiscal más austera y previsible. El retorno del IPI, en el sector automotor, dada la importancia de él en el valor agregado de la industria brasileña, es una buena señal.

Pero, en razón del vaivén de la política fiscal de este año, con la utilización de instrumentos legítimos e ilegítimos para financiar gastos del gobierno, para que vuelva la confianza habrá que hacer mucho más.

Algunos pocos analistas ya identificaron esa nueva actitud del gobierno en las últimas decisiones tomadas aún en 2013. Pero los mercados van a esperar los primeros meses de 2014 para cambiar o no la evaluación que tienen del gobierno de Dilma y ahí, sí, podremos tener un año nuevo comenzando de verdad.

Traducido por NATALIA FABENI

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