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Publicado en 11/04/2016

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Editorial: El día que nunca llega

14/08/2013 - 10h59

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El gobierno federal debería aprovechar el nuevo fracaso en la licitación del tren de alta velocidad (TAV) para abandonar, de una vez por todas, la idea de gastarse por lo menos R$ 35.500 millones (US$ 15.500 millones) en una obra tan controvertida.

Para evitar constreñimiento, no es necesario ni formalizar su abandono. Basta no hablar más del asunto. Al final, se trata del tercer aplazamiento -esta vez por plazo indefinido- del concurso para el tren bala que uniría São Paulo a Rio de Janeiro.

El primer aplazamiento fue en 2010, cuando solo había un consorcio dispuesto a participar. El cuadro empeoró en el segundo intento, en 2011, que no atrajo a nadie. La salida, entonces, fue dividir el concurso en dos etapas.

Una de ellas, que iba a ocurrir este viernes, debía definir el distribuidor de los equipamientos y el operador. En seguida iba a licitarse la obra en sí. El plan, como se ve, no funcionó. Solo una empresa, la francesa Alstom, se mantuvo en la disputa y el proyecto quedará para un eventual segundo mandato de la presidenta Dilma Rousseff.

El problema desde siempre fue la dificultad técnica del contrato y la inexistencia de un proyecto ejecutivo finalizado. No hay ni siquiera un análisis del suelo o de definición del trazado, menos aún cálculos confiables de costes. Eso sin mencionar la dificultad de obtener licencias ambientales y cumplir la miríada de obligaciones burocráticas.

Respecto al aplazamiento, el gobierno da señales de que pretende insistir en el asunto, pues va a liberar R$ 80 millones (US$ 34.7 millones) para redactar el proyecto ejecutivo. Espera eliminar dudas y atraer interesados.

Lo más probable, sin embargo, es que continúe gastando dinero público en vano. Para ser competitivo, el tren bala necesitaría recorrer la distancia entre São Paulo y Rio en un máximo de dos horas -algo que las características topográficas del trayecto no parecen propiciar-. Trechos entre São Paulo y Campinas o São José dos Campos son viables, pero, estando ambas ciudades a menos de 100 kilómetros de la capital, el TAV se vuelve superfluo.

Por fin, el coste de la obra no se justifica frente a las necesidades de movilidad urbana y la distribución de la producción. Con la misma cuantía sería posible, por ejemplo, duplicar la extensión del metro de São Paulo o construir miles de kilómetros de líneas ferroviarias para transportar las cosechas agrícolas del Centro-Oeste hasta los puertos, reduciendo a la mitad el coste logístico.

Nada de eso parece preocupar al gobierno de Rousseff, que cree en su capacidad de ejecutar o dirigir de forma eficaz grandes emprendimientos. Lo que se ve, sin embargo, es parálisis, desperdicio y falta de foco para dar al país lo que realmente le interesa.

Translated by MARÍA MARTÍN

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