Son muchos los que describen a Lygia Clark como una de las artistas brasileñas más importantes del siglo XX, al mismo nivel que Tarsila do Amaral. Cuando decidió sacar de las paredes sus creaciones, nunca más miró atrás.
Entre récords de subastas y retrospectivas en museos como el MoMA, la musa del neoconcretismo aún se consolida como un nombre global. Las exposiciones organizadas para celebrar su centenario lo reflejarían: habían sido organizadas por la feria portuguesa Arco Lisboa y por la sede del Guggenheim en Bilbao, España, y en Venecia, Italia, pero fueron suspendidas o pospuestas debido al coronavirus.
Cualquiera que vea estos homenajes puede que ni siquiera se imagine que la artista terminó su vida fuera del circuito, padeciendo una gripe que nunca curó, según la crítica y comisaria Maria Alice Milliet.
Y lo más importante que tal vez no sepa es que en los últimos años Clark renunció a su propia arte. Se declaró “no artista” y comenzó a dedicarse a una práctica terapéutica experimental que desarrolló.
Traducido por AZAHARA MARTÍN ORTEGA