Brasil no encuentra la manera de conciliar crecimiento e inclusión de los más pobres

El texto sobre la economía de Brasil en los últimos 200 años es parte de la serie Frente e Verso, que tiene como objetivo discutir errores y aciertos de la trayectoria del país en este período y destacar perspectivas futuras

São Paulo

Desde una perspectiva histórica, la trayectoria económica posterior a la independencia de Brasil se puede dividir en tres períodos importantes: crecimiento tímido y disminución del ingreso per cápita desde 1822 hasta poco después del cambio del siglo XX; tasas aceleradas desde ese punto hasta 1980; y las siguientes cuatro décadas, hasta la actualidad, de crisis y casi estancamiento, con la breve excepción de mediados de la década de 2000 hasta principios de la década pasada.

Inicialmente, el período imperial (1822 a 1889, año de la Proclamación de la República) estaría marcado por graves crisis de endeudamiento y por una economía dependiente casi exclusivamente de la producción y exportación de café, con mano de obra esclava, abolida oficialmente en 1888. Por su independencia, Brasil asumió deudas estimadas en 2 millones de libras, que Portugal debía a Inglaterra.

En los años siguientes, las revueltas internas (Farroupilha, Cabanagem, Sabinada) y las guerras en la provincia de Cisplatina, actual Uruguay (entre 1825 y 1828), y Paraguay (1864 a 1870) provocaron nuevas oleadas de endeudamiento, especialmente con Londres.

Aunque se trató de estabilizar las cuentas externas con el superávit de las exportaciones de café (Brasil llegó a representar dos tercios de la oferta mundial a finales del siglo XIX y XX), el país terminó primero reduciendo sus servicios de deuda; después, no pagándola.

Sin crédito internacional, se optó por la deuda interna, período conocido como 'encilhamento'. Bajo la justificación de estimular la industrialización del país, el entonces Ministro de Hacienda, el primero de la República, Rui Barbosa (1849-1923), adoptó una política de estímulo, pero con una supervisión indulgente, para la oferta de bonos privados y públicos que derivarían en una importante emisión de moneda y, más tarde, en inflación.

Después de la primera ola de modernización a principios del siglo XX, el país siguió industrializándose y migró rápidamente del campo a la ciudad en un período de profundas reformas y reorganización del Estado, con decenas de organismos, leyes y reglamentos adoptados en las administraciones Vargas (década de 1930-1945 y 1951-1954). Después de la dictadura militar (1964-1985), Brasil pasaría por una nueva fase de industrialización, también con intervención estatal y proteccionismo, que llevaría a la expansión de la infraestructura y la creación de decenas de empresas estatales.

En parte del período, conocido como el milagro económico (1968-1973), el PIB crecería un 11%, de media. Entre las décadas de 1960 y 1980, la proporción de la población urbana creció del 45% al ​​72%, acelerando la productividad. Brasil también ha recurrido cada vez más a los préstamos en dólares para sostener el impulso de desarrollo. Desde el inicio de la dictadura hasta el final del "milagro", la deuda externa saltó de US$ 3.100 millones a US$ 12.500 millones y ganó proporciones gigantescas hasta el final del régimen militar, alcanzando los US$ 96.000 millones en 1985.

Dos años después, ya en la Nueva República, el expresidente José Sarney (1985-1990) declararía una moratoria de la deuda externa, y Brasil se hundiría en una crisis hiperinflacionaria que sólo terminaría con el Plan Real, lanzado en 1994, bajo el Gobierno de Itamar Franco (1992-1994), y continuado por el expresidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2002). A pesar de la modernización financiera y las privatizaciones impulsadas por FHC, la economía permaneció cerrada a las corrientes del comercio internacional, y el sector privado permaneció protegido de la competencia externa y dependiente del Estado.

A partir de mediados de la década de 2000, el país insistió en el modelo de financiación estatal de la economía. Los llamados beneficios fiscales, financieros y crediticios a sectores y empresas se duplicarían en los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff (2003-2016). Hoy, equivalen a casi el 4,5% del PIB, o más de R$ 300 mil millones al año.

Pese a los obstáculos para que Brasil vuelva a acelerar el crecimiento —y la falta de consenso en torno a un proyecto diferente al patrimonialismo y proteccionismo histórico—, el país ha logrado avances sociales considerables. Desde 1940, la tasa de analfabetismo entre las personas mayores de 15 años se ha reducido del 56% al 6,6%; mortalidad infantil, de 146 por mil nacidos vivos a 11,9. La esperanza de vida media al nacer saltó de 45,5 años a 76,6 (antes de la pandemia). Además de la universalización de la sanidad y la educación, incluso con calidad cuestionable, el país también creó programas sociales específicos y baratos, como Bolsa Família (con un costo de sólo el 0,5% del PIB), ahora reemplazado por Auxílio Brasil. "Básicamente, Brasil aún no logró encontrar un paquete que concilie un mayor desarrollo económico y social", resume Samuel Pessôa, economista y columnista de Folha.

Traducido por AZAHARA MARTÍN ORTEGA

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