João Gilberto tuvo una vida dedicada a perfeccionar la perfección

Su 'Chega de Saudade', de 1959, es para bossa nova como la carta de Pero Vaz de Caminha a Brasil

João Gilberto en concierto en Río de Janeiro en 2008 en comemoración a los 50 años de bossa nova
João Gilberto en concierto en Río de Janeiro en 2008 en conmemoración a los 50 años de bossa nova - Rafael Andrade/Folhapress
Ruy Castro

Su grabación del samba "Chega de Saudade" de Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes, realizada en Río el 10 de julio de 1958 y distribuida sin fanfarria o expectativa dos meses después, duraba 1 minuto y 59 segundos. Sin embargo, nunca tan poco tiempo de canción significó tanto – un antes y un después para la cultura brasileña. En el mismo espacio de tiempo, João Gilberto, cantante y guitarrista de Bahía, de 27 años, saltó de la nada a protagonizar debates.
 
En un país de comunicaciones precarias, este registro de 78 rpm cambió los corazones y las mentes, a favor y en contra, dondequiera que que se tocó. La canción simple y sin adornos de João Gilberto no era exactamente nueva, no obstante, junto a la guitarra, que produjo un ritmo contagioso e inesperado (que después  se llamaría Bossa Nova), la complejidad armónica de Jobim y la sofisticación coloquial de las letras de Vinicius dieron como resultado algo revolucionario.
 
Meses después, aún en 1958, las 78 rpm nuevas de João Gilberto, que contiene el samba "Desafinado", de Jobim y Newton Mendonça, consolidaron la propuesta. Había música nueva en el aire y João Gilberto era su intérprete. Otras canciones de compositores nuevos y antiguos se grabaron los meses siguientes, componiendo el LP "Chega de Saudade", lanzado en 1959, que es para la bossa nova como la carta de Pero Vaz de Caminha a Brasil.
 
El lanzamiento de estos álbumes (y de los siguientes dos discos, " O Amor, o Sorriso e a Flor” en 1960 y "João Gilberto" en 1961) provocó una marea de espectáculos semiprofesionales en universidades, despertó el enorme interés de los chicos y chicas por la guitarra, reveló innumerables vocaciones vocales y hicieron "antigua" la música que hasta entonces se hacía en Brasil. De repente, la bossa nova fue un "movimiento": un nuevo estilo, una nueva canción, algo con lo que toda una generación había soñado.
 
Y de la forma más espontánea posible. La bossa nova no solo no contaba con la televisión, que aún era un fenómeno incipiente en el país, ya que enfrentaba la resistencia de las estaciones de radio, que en aquella época eran muy poderosas y explotaban un gusto popular. No obstante, incluso estas tuvieron que rendirse. La prensa, la publicidad, el comportamiento, todo de repente se convirtió en "bossa nova".
 
Los grandes artistas que habían preparado el terreno para la Bossa Nova, como Sylvia Telles, Dick Farney, Lucio Alves, Doris Monteiro, Miltinho, Luiz Bonfa, Johnny Alf, João Donato, Billy Blanco, Dolores Duran, Maysa, Tito Madi y Os Cariocas ta,bien se vieron arrastrados por el tsunami artístico. Algunos se integraron naturalmente en el movimiento; otros fueron condenados injustamente a un segundo plano por el público. Pero, tarde o temprano, a todos se les reconoció su vanguardia. La llegada de João Gilberto sacudió la escena cultural.
 
En cierto modo, esto también se ha reflejado a nivel internacional. Su descubrimiento por músicos y cantantes internacionales le garantizó un culto que, a partir de 1962, nunca volvió a detenerse. El LP "Getz / Gilberto", lanzado en 1964, sigue siendo el álbum de jazz más vendido de la historia, lo que es sorprendente, ya que en realidad es un disco de bossa nova y es cantado en portugués. De Peggy Lee y Doris Day, en aquellos días, a Diana Krall y Stacey Kent, pasando por Frank Sinatra, no había un gran artista, vocal o instrumental, que no estuviera influenciado por su "blend" de voz y guitarra. João Gilberto se habría convertido en un multimillonario si ganara US$ 0, 01 cada vez que alguien emulase su estilo.
 
En Brasil, por el contrario, nos dedicamos a recriminarle -por no acudir a compromisos, por no querer que el aire acondicionado desafinase su guitarra o por pedir a la audiencia que lo dejase cantar suavemente. Y por mantenerse fiel a un estilo y repertorio que tardó años en construirse y, con toda la razón, no quería desperdiciar. Olvidamos que cada vez que João Gilberto dejaba su escondite en la planta 30 de un apartotel en Río, era porque alguien se lo había llevado de allí: agentes, empresarios, compañías discográficas.
 
Mientras lo criticábamos por perderse los conciertos, dejamos de escuchar su legado, en 13 álbumes de estudio y, hasta ahora, cuatro en directo. Todo está ahí, el hombre por detrás de esas maravillas ni siquiera tenía que aparecer.
 
Así como creó el ritmo bossa nova, tocando solo en el baño de su hermana en Diamantina, Minas Gerais, en 1956, João Gilberto pasó las últimas décadas tocando entre las paredes de su piso, entregado a una misión, por definición, loca e imposible: perfeccionar la perfección.

Traducido por AZAHARA MARTÍN ORTEGA

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