Alejandro Zambra escribe sobre las manifestaciones que se apoderan de Chile desde octubre

El artículo del autor chileno es el último del especial sobre la convulsión política en América del Sur

Parte 1

Supongo que todos quienes llevamos unos años fuera de Chile vacilamos entre la sensación de entender todo lo que pasa en nuestros país y la de no entender nada. La sensación de entenderlo todo es útil, esperanzadora, altiva y falsa, mientras que la sensación de no entender nada nos devuelve la humildad pero encubre deserción, soledad, y un pudor antiguo, estéril. 

Porque sí sabemos algo, harto menos de lo que quisiéramos pero igual muchísimo. Me siento por desgracia preparado para las preguntas de verdadero o falso. Por ejemplo, Piñera tiene las manos manchadas de sangre: verdadero. Piñera quiso pasarse la historia de Chile por la raja: verdadero. La derecha, durante tantos años obsesionada con neutralizar la forma en que se abordaba la dictadura en los textos escolares, ahora tendrá que ingeniárselas para multiplicar las mentiras y los eufemismos. Quizás por eso Arturo Fontaine tituló su tembloroso fresco de la situación chilena en Letras Libres con la palabra asonada, que es tan elegante.

Na ilustração, um homem pintado de lilás está dentro de uma câmera escura verde. Ele está sentado em uma cadeira e olha para uma projeção do que está do lado de fora da caixa. A imagem que ele vê está invertida. Do lado de fora da caixa, em fundo laranja, estão manifestantes e a silhueta da estátua da praça Itália, em Santiago, no Chile.
Ilustración de María Jesús Contreras: nacida y creada en Temuco, en el sur de Chile, tiene 26 años y formación en design y artes - María Jesús Contreras

Pero llevas tres años fuera de Chile, me dice más de alguien, yo mismo me lo digo: verdadero. Pero ni siquiera habías nacido para el golpe de Estado: verdadero. Somos muchos quienes crecimos en ese incesante debate de legitimidades, estamos acostumbrados a esa clase de discusiones, nos constituyen. Para algunos la operación psicoanalítica de matar al padre fue dolorosamente sencilla. Para otros, en cambio, fue imposible, porque no tiene sentido matar a un padre que recibiste muerto, cuya malograda vida se proyecta, sobrevive en la tuya. ¿Cómo habríamos actuado si hubiéramos sido nuestros heroicos o anodinos o culpables o inocentes padres? Somos muchos quienes enfrentamos esa pregunta y aunque no está claro que la hayamos contestado, escribir nos devolvió el pulso, el aliento y la pasión.

Este movimiento abigarrado y rabioso, al que se acusa de carecer de conciencia histórica, de algún modo reivindica la complejidad: nadie va a venir a arreglarlo todo de una vez y la multitud sin líderes lo sabe. La explicación generacional tiene la virtud de poner el acento en quienes, al menos desde el año 2006, vienen ampliando los límites de lo posible. Los analistas denuncian un vacío de autoridad, porque esos chicos no parecen respetar a sus padres, y el mensaje es claro: todo esto se arreglaría con una buena retada.

No queríamos parecernos a nuestros padres y no nos parecemos y eso es un triunfo. Y está bien que nuestros hijos no quieran parecerse a nosotros, de eso se trata. Fracasamos educándolos porque fuimos incapaces de fingir integridad y esos hijos crecieron viéndonos perder alegría y consistencia. Nos cuesta ejercer la autoridad porque hace tiempo que dejamos de creer en ella. Durante las últimas décadas cada uno de nosotros se ha dedicado, conscientemente o no, gozosa o sombríamente, a redefinir el matrimonio, la sexualidad, el amor, la educación, la confianza, la fe, la solidaridad. Y la familia, por supuesto. Seguro que aún son miles los hogares chilenos donde el hombre golpea la mesa y su esposa y sus hijos guardan un aterrado silencio automático, pero también son miles o millones las personas que han aprendido a porrazos la necesidad de modificar constantemente la idea de familia y que viven o quieren vivir de otras maneras. 

"Por ahora no hay nada que pueda escribir que no sea esto que veo, el millón doscientas mil personas en la calle por un lado, la represión desatada por el otro, lo hermoso y lo horroroso", me dice Alejandra Costamagna en un correo escrito durante las primeras horas de toque de queda. He leído y releído los mensajes de Alejandra y de otros amigos, y ahora, a minutos de subir al avión a Santiago, sus voces se reordenan en mi cabeza como un solo fervor amargo. Esta es por lejos mi palabra favorita de este texto: continuará.

Parte 2

Los chilenos insomnes repasamos una y otra vez los horribles y hermosos videos de estas semanas. Cada cual elige las imágenes que quiere repasar, pero algunas son ineludibles. Las evasiones masivas de los estudiantes en el metro, las marchas multitudinarias, festivas y esperanzadoras, los vecinos armando cabildos, discutiendo el país. Las imágenes desoladoras e imborrables de la policía disparando balines a los ojos de manifestantes indefensos. Y los incendios, por supuesto: hay que volver a mirar esos incendios y preguntarse mil veces qué significan.

Hay que volver a ver videos del mayo feminista, que inspiró a tantas mujeres y a tantos hombres a salir a la calle durante estas semanas, igual que las manifestaciones en memoria del comunero mapuche Camilo Catrillanca. Hay que volver a ver las marchas estudiantiles del 2011 y del 2006 y seguir retrocediendo hasta llegar a la escena en que una madre busca desesperadamente no un video sino una foto de su hijo detenido desaparecido y la atesora contra su pecho. 

Chile se llenó de cineastas aficionados que registraron los abusos policiales en plena calle o que grabaron desde una ventana a quienes no podían defenderse. Por eso muchos recordamos ahora La ciudad de los fotógrafos, el documental de Sebastián Moreno acerca de los fotógrafos que arriesgaron sus vidas durante la dictadura. Muchos recordamos a Luis Navarro diciendo esta frase: "Yo me declaro el fotógrafo de los perdedores y de los muertos". Muchos recordamos a Rodrigo Rojas De Negri. Muchos recordamos ese pasaje en que Kena Lorenzini se acerca a un niño tirado en la Plaza de Armas al que acaban de arrancarle un ojo y ve a sus colegas fotografiando la escena y piensa que ella no puede sacar esa foto. 

El salto hacia adelante desde esos recuerdos hasta el presente es muy doloroso, porque siguen llegando los videos, la brutalidad policial no se detiene. Los chilenos velaremos incesantemente a estos nuevos muertos y un sentimiento fúnebre y amargo acompañará para siempre nuestra idea de la alegría. 


Esta crónica es parte de un serie que incluye otros escritores latinoamericanos. Lee también el texto de la colombiana Carolina Sanín sobre las protestas contra Iván Duque, el de Maximiliano Barrientos sobre la división de Bolivia después de la renuncia de Evo y el de la ecuatoriana Gabriela Alemán sobre las manifestaciones que pararon su país.

Escritor chileno, autor de "Bonsai", "La vida privada de los árboles", "Formas de regresar a casa", "Mis documentos" y "Opción múltiple", entre otros libros.