Editorial: Salles tiene que marcharse

Bolsonaro debe demostrar que el instinto de supervivencia supera la obsesión ideológica

El gobierno de Jair Bolsonaro enfrentará en unas semanas un bombardeo de la opinión pública, nacional y extranjera, en cuanto al frente ambiental se refiere. En medio de la proliferación de incendios forestales, urge señalar con claridad al menos el inicio de una nueva orientación del sector.

Se acerca la publicación, por parte del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe), de los datos anuales sobre deforestación en la Amazonía. Y no será un retrato del presente, ya que el 31 de julio finalizó la recopilación de imágenes de satélite que mostrarán con detalle qué se ha talado desde agosto de 2019.

En el período anterior, 2018-19, la devastación creció un 34% llegando a los 10.129 km², el equivalente a la mitad de la superficie de Sergipe. Actualmente, se estima que la cifra supere los 13 mil km², exponiendo al gobierno federal a una nueva oleada de críticas.

No será una buena noticia para una administración impotente ante los incendios que consumen una cuarta parte del Pantanal. Hasta el martes (6) se registraron 19.215 focos en la llanura aluvial, desde enero, la cifra más alta registrada por el Inpe desde 1998 y el triple de lo detectado en el mismo período de 2019.

Ciertamente sería una tontería atribuir toda la culpa a las políticas de Bolsonaro y su ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles.

La sequía de este año en el Pantanal es la mayor en décadas, y la temperatura atmosférica sube con frecuencia a 40ºC, lo que hace casi imposible controlar las llamas.

(Zanone Fraissat/Folhapress)


La década que termina es la más calurosa registrada en el planeta, con su corolario de olas de calor y sequías prolongadas. En 2020 se han producido incendios forestales devastadores en otras partes del planeta, como California y Australia; en los últimos años, también en Europa y Siberia.

Algunos propietarios de fincas del Pantanal han sido identificados como los responsables de quemas no autorizadas, pero no hay noticias de una iniciativa criminal como el “día del fuego” en la Amazonía en 2019.

La tormenta perfecta, además, sorprendió al gobierno debilitado, con las limitaciones impuestas por la pandemia y la escasez presupuestaria.

Sin embargo, no sería razonable concluir que solo la falta de recursos impidió la lucha contra incendios y la deforestación. Si la situación fuera difícil para cualquier funcionario del gobierno, se vuelve dramática cuando la maneja un presidente negacionista de la crisis climática y un ministro comprometido con el desmantelamiento del departamento.

Recordemos que Salles cometió la hazaña de poner fin al acuerdo multimillonario del Fondo Amazonía con Noruega y Alemania, en nombre de la soberanía supuestamente amenazada. De hecho, el BNDES gestionó la aplicación de recursos para combatir la devastación.

Un indicador de la inoperancia de su cartera es el bajo número de operaciones del Ibama, una obsesión del presidente. La agencia languidece, al igual que ICMBio, a cargo de las unidades de conservación.

Los agentes fiscales son transferidos como castigo por trabajar de forma estricta o no están disponibles debido al riesgo de contraer Covid; la destrucción legal de las máquinas infractoras termina sin la autorización del presidente y el ministro. Salles ocupa puestos de liderazgo en municipios con policías militares sin experiencia en la Amazonía.

Con tal retrospectiva, el ministro se asocia irremediablemente con el actual desastre del Pantanal y la Amazonía. Amenaza el futuro de los biomas y el prestigio del país, que ve colapsar el acuerdo de la Unión Europea con el Mercosur ante la creciente tendencia a la condena. Y aumenta el riesgo de un boicot internacional de las materias primas brasileñas.

Se han disparado todas las alarmas. Empresas de diferentes tamaños y sectores se dedican a la defensa de la Amazonía; sectores de la agroindustria coordinan el rechazo a las políticas anti-ambientales.
Bolsonaro y su adjunto, el general Hamilton Mourão, insisten en la tesis de una campaña injusta contra Brasil, como repitió el presidente en la ONU. Nos hacen creer que todo se reduce a una batalla de narrativas, cuando los hechos son atestiguados por satélites.

Ya sea por pragmatismo comercial y diplomático, o para mantener el apoyo político de su gobierno, el presidente necesita hacer un gesto más sensato que enterrar a cientos de millones en una inocente aventura militar en la Amazonía.

El primer paso debería ser la salida de Ricardo Salles. Mantener a un líder con tal reputación sólo servirá para inspirar una desconfianza permanente hacia el gobierno, que, tras una prudente tregua con el Parlamento y la Tribunal Supremo Federal, necesita demostrar que su instinto de supervivencia supera las obsesiones ideológicas.

Traducido por AZAHARA MARTÍN ORTEGA

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